Reelaborado a partir del apunte biográfico realizado por Benito Bermejo y Sandra Checa después de la entrevista realizada a Ángeles Álvarez en 2007
Nació en Caborana (concejo de Aller), en 1928. Cuando tenía seis meses, la familia emigró a Francia; allí se instalaron en comarcas mineras, primero en el departamento de Tarn y después en Alès (departamento de Gard), donde su padre, Amador, continúa su actividad militante. Cuando se inicia la Guerra Civil Española, acude como voluntario. Dejaron de tener noticias precisas sobre él, aunque todo parecía indicar que había fallecido en combate.
Cuando Francia sucumbe ante los nazis, Ángeles fue detenida por repartir propaganda contra los ocupantes y el gobierno de Vichy. Pero no sólo es Ángeles la presa, también su madre, Natividad, y sus hermanos Amador y Ángel. Tras pasar por varias prisiones (Alès, Nimes), Ángeles irá al campo de Brens (Tarn) y luego a Noé (Alto Garona), donde madre e hija se reencuentran. Se planteó la posibilidad de que Ángeles, por su edad, dejara el campo, pero no quiso dejar a su madre: ambas fueron trasladadas a Toulouse en julio de 1944 para llegar a Ravensbrück en agosto del mismo año. Amador había sido deportado poco antes desde Compiègne a Dachau; Ángel se evadió del Tren Fantasma.
El transporte fue una dura prueba: “Lo que teníamos era mucha sed, mucha sed… Y aunque la Cruz Roja nos había dado paquetes [de alimentos], no podíamos comer. Con la sed no podíamos comer, eh. No comíamos nada. Diez días estuvimos en el tren. Íbamos avanzando, y los maquis intentando volar las vías. Y después… los otros las arreglaban y nos asaban por otro sitio. Y así diez días en el tren… Estábamos todas con una sed que nos moríamos… por la noche, metíamos la lengua en la pared, en las rendijas del vagón… porque hacía un poco de frescura… Y… y ya está. Llegamos al campo de concentración de Ravensbrück con los paquetes llenos de comida.”
La entrada en el campo suponía la despersonalización, con el uso obligatorio de la vestimenta de rayas. Y pronto comprendieron la dura realidad del campo: “(…) vi un carro llegar de lejos, por el camino… Y yo me puse a llorar porque… cuando… ese carretón venía… Tirando las cuatro mujeres, tirando de él. Me di cuenta de que aquello no era carne, que eran mujeres desnudas, amontonadas”.
Para Ángeles, el internamiento en el campo de Ravensbrück fue breve, no llegó a un año. Cuando su madre enfermó, Ángeles consiguió que la admitieran en la enfermería y sus esfuerzos se centraron en atenderla. Ambas pasarían aún por difíciles circunstancias al final de la guerra. Ante el avance del ejército soviético, los SS obligaron a las presas a realizar interminables marchas, mientras asesinaban a las que no podían resistir. Al final, los guardianes desaparecieron y ellas quedaron libres. Pero el terrible recuerdo de Ravensbrück nunca las abandonaría.
Reelaborado a partir del apunte biográfico realizado por Benito Bermejo y Sandra Checa después de la entrevista realizada a Ángeles Álvarez en 2007